lunes, 9 de diciembre de 2013

Lola

Fermín no salía de su asombro al leer el texto manuscrito que le había dado su coronel. Escrito en una especie de albarán que, utilizaban en el cuartel para dispensar los alimentos y las mudas de ropa, podía leer su nombre casi pegado al de ella. Tantas veces se había preguntado qué tendría esa mujer que, cuando tuvo en sus manos la oportunidad de averiguarlo, sintió miedo. Él sabía de su existencia porque su nombre andaba de boca en boca, provocando fuegos a media noche, saltando de petate en petate hasta terminar en un ahogado suspiro, disimulado entre un trozo de manta asida por los dientes. Y si al principio dudó entre quedarse con aquel premio o venderlo, todas sus dudas se disiparon al leer al pie del papel la palabra en mayúsculas que decía: "intransferible". Entonces supo que estaba condenado. Ya se imaginaba por las noches vagando como un sonámbulo, lanzando miradas de súplica a la luna y, pidiendo inútilmente al firmamento que le concediera unos minutos junto a Lola.

Quiso compartir su temerosa alegría con Paco, su mejor amigo. Le buscó por todo el campamento hasta que dio con él en la hondonada que, unos meses antes había causado un bombardeo. Paco estaba acostado, con los ojos cerrados; un leve movimiento de Fermín hizo que algunas piedras se desprendieran del borde del agujero y rodasen hasta el fondo, llegando a caer muy cerca de la cabeza de su amigo.

- ¿Quién va?- pregunta, cegado por la luz del sol.
- Tranquilo que soy yo. Mira lo que me ha dado el coronel Rosales...

Espera a que su amigo ascienda y se siente con él en el borde. Le muestra entonces no más que la esquina del papel amarillento.

- No veo nada ¿qué es eso?, - se lo arranca de las manos dando un pequeño tirón. - ¡Serás...! pero ¿qué has hecho?.
- En realidad nada bueno, creo... le salvé la vida "al sanguijuela". Y ya ves... ¿pone dos, verdad?. Es que no lo leo bien.
- Ya, ya... no lo leo bien. Podrías regalarme uno.

Fermín recupera el papel de las manos de su amigo y subraya con su dedo índice la palabra escrita en mayúsculas.
- ¿Y qué va a hacer Rosales si descubre que lo has compartido? ¿mandarte al paredón por conspiración?
- Ese es capaz...

Las carcajadas de los dos amigos se ven interrumpidas por la presencia de una sombra alargada que, se proyecta junto a la de ellos. Fermín se guarda hábilmente el papel entre la camisa. Ambos giran sus cabezas y se sorprenden al ver al sobrino de Rosales que, plantado cual pasmarote les ofrece una sonrisa bobalicona.

- Ya te confirmo yo que no hiciste bien, Fermín.
- Calla - le dice, dándole con el codo. - ¿Qué buscas Manuel?
- A ti, quería darte las gracias por haberme salvado la vida, amigo. - Manuel se agacha y lo abraza.
- Venga, suéltame ya... No es para tanto, seguro que tú hubieras hecho lo mismo.
- No sé yo... - apostilla Paco, por lo bajini.
- Me tienes para lo que quieras, amigo. - Manuel se despide de ellos con un saludo militar que, hace arrancar de nuevo las carcajadas de Fermín y Paco.
- Menuda rata... Amigo, te dice... si éste no sabe de amistades. Bueno, a lo que íbamos ¿vas a compartirlo conmigo?

Fermín se levanta, apura el cigarro que ya no es más que una colilla entre sus dedos y, niega con la cabeza. Se despide de su amigo imitando el movimiento que minutos antes hizo Manuel; los dos ríen de nuevo.

- Voy a tumbarme un rato que, esta noche me toca guardia.
- Ya sé con quien vas a soñar...

Regresa a su tienda y prepara el saco para echarse un rato, piensa que con una hora será suficiente para aguantar toda la noche en vela. Comparte la guardia con Lucio y sabe que con él es difícil que le venza el sueño; el gaditano es conocido por los chistes verdes que cuenta y, unas historias de lo más rocambolescas que, según dice han ocurrido en su pueblo, pero todos sospechan que se las inventa para entretenerles. Fermín cierra los ojos recordando la última que le contó, se dibuja en su boca una leve sonrisa y empieza a sentir su cuerpo pesado. Sin embargo, a los pocos minutos sus pensamientos se desbaratan y, desaparece por completo la somnolencia cuando el nombre de ella se instala en su mente. Comienza entonces a maquinar un plan para que el encuentro con Lola sea perfecto e inolvidable.
Decide que no puede presentarse ante ella con el uniforme de soldado raso; tendrá que pedir turno para vestir el traje de chaqueta que, comparten entre todos. Sabe que no puede ir con su carita de pubertad recién estrenada y, pretender que Lola no se cuestione su inexperiencia; "me dejaré barba, sólo serán dos semanas y... a ver cuándo me toca ponerme el traje... calculo que en un mes lo tendré todo listo".

Sucede que el tiempo se ralentiza cuando uno quiere que pase más rápido y viceversa; a Fermín se le hicieron interminables las dos semanas y media que tardó en crecerle la barba, más las otras dos que tuvo que esperar su turno para llevar el traje de los domingos. Mientras tanto hacía incursiones al campo para coger algunas flores que, después guardaba entre las páginas de la biblia. Recordó el gusto que sentía su madre por las flores secas y, como él acostumbraba a extrapolar los placeres maternos para el resto de mujeres pensó que, a Lola le encantaría aquella composición de naturaleza muerta.

Llegó el gran día y ya desde bien temprano empezaron a flojearle las piernas, imaginando lo que le esperaba. Todos los del regimiento bromearon con él; a su paso, movían la pelvis de atrás hacia delante y le vitoreaban como si fuera un torero. A Fermín aquello le disgustaba, hubiera preferido mantenerlo en secreto, pero fue imposible. En el campamento se sabía todo y, no había manera de conservar lo más mínimo de intimidad. Durante gran parte del día anduvo ruborizado por algunos gestos que tildó de impúdicos y, sólo se sintió cómodo ante la presencia de sus dos amigos, Lucio y Paco.
- Ya lo tengo todo listo. Deseadme suerte, amigos.
- Ya era hora... - dice Paco.
- Te deseo suerte y brío, compadre... que la Lola tiene mucha bravura en sus carnes. - Lucio le da dos manotazos en la espalda.
- Soy joven, ¡mis carnes también están embravecidas!.
- Pues tienes una pinta con ese traje ...
- Me hace mayor ¿verdad?
- Te hace parecer viejo y... tristón.
- Pues estoy... como unas castañuelas, Paco.
- Anda sonríe un poco que, parece que vayas a tu entierro, en vez de a echar dos polvos.
- En mi pueblo hubo una vez un hombre que fue a...
- Lucio... ahora no es momento, - interrumpe Paco.
- Ya me cuentas esa historia a la vuelta. Adiós amigos.

Llegar hasta la casa de Lola requería de valor, pues había que andar por campo abierto y, si bien los compañeros de las guardias estaban avisados de cualquier correría nocturna, nunca se tenía la certeza de caminar con seguridad. A Fermín ya le advirtieron que, tendría que andar gateando por algunos tramos, a fin de evitar las balas enemigas. Y al mismo tiempo debía tener cuidado en no dañar los pantalones que eran propiedad de todo el regimiento.

Al chico le cae el sudor a chorros, empapándole los cuellos amarillentos de la camisa, pero en ningún momento desfallece su ánimo y consigue llegar sano y salvo hasta la pedanía; "...la primera, nada más llegar al pueblo. Es blanca y con las rejas verdes. Hay dos olivos delante", eran las indicaciones que le había dado Lucio. Pero él encuentra la casa recién pintada de amarillo, con las rejas rojas, repletas las ventanas de geranios; todo un tributo a la bandera española. Los dos olivos custodian la entrada como perros guardianes.
Antes de llamar a la puerta estira las mangas de la chaqueta y sacude los pantalones, cuando cree estar listo, golpea con los nudillos la madera. No tarda mucho en abrirse la puerta, dejando escapar un olor a vela como el de las iglesias, lo que reconforta de inmediato al muchacho. Frente a él aparece una mujer anciana que, con cara de hastío le dice: "Lola no atiende hasta la semana que viene, pásate el martes a ver qué tal va la cosa...". Fermín se derrumba en milésimas de segundo; junta sus manos como si fuera a pedirle un favor a la virgen y, con un hilillo de voz le ruega a la anciana que le deje pasar.

- Por favor, sólo verla y ya está.
- Eso dicen todos y después se quedan durante días... que no salen ni para comer.
- Quiero verla. - le dice, con esa mirada tan tierna que él no sabe que pone cuando se desespera.

La anciana se compadece de él, "venga, si eres sólo un chiquillo". Se apoya en su brazo y lo acompaña hasta una puerta que está abollada y con los goznes desportillados; chirría al rozarla y la mujer no la abre más que un palmo. A través de ese minúsculo espacio, Fermín contempla la grandeza de Lola que, dormita abrazada a una almohada. A ratos parece que se debata entre la vida y la muerte, por los espasmos de dolor que está sufriendo; se encoje apretando el almohadón con fuerza, contra su bajo vientre. Él la observa quieto y en silencio, tan sólo es capaz de escuchar el galope de su corazón que, parece que se le va a salir del pecho... Contiene la respiración al ver que Lola se despereza, retira parte de las sábanas y deja entrever su sexo. Fermín coge aire y abre con cuidado la puerta. Aunque es empujado por un deseo irracional, consigue frenar la carrera y entra muy despacio, pero decidido, desatando torpemente la cuerda que le sujeta los pantalones. De repente se detiene, al sentir el cañón de un arma apuntándole en la cabeza.

- Vete ahora.- La anciana le empuja con el arma hasta la calle, donde le recuerda cuando puede volver a verla.- Sólo tienes que esperar una semana.
- Se me va a hacer eterna...- otra vez la mira con ternura y hace sonreír a la mujer. - Traje un regalo para ella – Saca del bolsillo de la chaqueta la biblia y, de entre sus páginas cuatro margaritas prensadas. - ¿Podría dárselo usted?

La anciana le ofrece la palma de su mano y Fermín deja las flores con delicadeza. Sin decir nada más la mujer da media vuelta y entra en la casa. Él se queda petrificado, preguntándose cómo es posible que haya tenido tan mala suerte, pero no se da por vencido. Empieza a rondar la casa buscando la ventana del cuarto de Lola, hasta dar con ella en la parte trasera; está enrejada como las demás, pero no puede asomarse porque hay un desnivel en el suelo, como si hubieran cavado una zanja. Primero escucha la voz de la anciana y ansioso espera oír la de ella.

escuché voces ¿quién ha venido?
- Un soldado muy joven. Me ha dado esto para ti.
- ¿Flores secas? Eso es lo que se regala a los muertos.
- Lucía... tendrías que haberle visto, tan tierno y educado. Volverá el martes.
- Todos vuelven... de eso se trata ¿no?.

A Fermín le entusiasma saber que Lola en realidad se llama Lucía, como la que fue su profesora de piano, por la que todavía siente predilección. Pero le disgusta el tono de su voz, algo quebrada y grave, no era dulce y cantarina como él la había imaginado y, mucho menos puede comprender el desprecio que ha mostrado ante su regalo. Desencantado y furioso emprende el camino de regreso al campamento, pateando todas las piedras que encuentra a su paso, hasta que la rabia le enciende de tal manera que, para calmarse echa a correr con todas sus fuerzas, olvidando que el país está en guerra. No sabe cuánto tiempo lleva corriendo, ni hacia qué dirección se dirige. Cuando empiezan a fallarle las piernas se detiene exhausto, en mitad de una llanura iluminada por la luna. Vencido por el cansancio, se arrodilla y apoya sus manos en la tierra. Sus jadeos y, las maldiciones que profiere en voz alta le impiden escuchar en el silencio de la noche un sonido que, cualquier soldado hubiera identificado como el martillo de un fusil.
Siente un fuerte golpe en los riñones que lo tumba en el suelo... la carne le arde. Entre gritos ajenos se confunden los suyos... Escucha pasos que se acercan hacia él y, puede ver frente a su cara tres pares de pies, que le lanzan insultos mientras lo golpean.

Uno de los hombres lo carga a su espalda... a cada paso Fermín siente una punzada que le hace cerrar los ojos y apretar los dientes; para soportar el dolor trae a su mente la imagen de Lola y, entre lamentos pronuncia varias veces su nombre. Cada vez que lo hace el hombre que lo soporta ríe a carcajadas. No sabe a dónde lo llevan, no es capaz de reconocer el camino que poco antes había recorrido él; pierde el conocimiento antes de rebasar los dos olivos.

llevároslo de aquí; nos vais a meter en un lío.
- ¡Calla vieja! Además sabemos que el muchacho quería venir aquí, porque no ha parado de decir: “Lola, Lola....”- los tres hombres ríen.
- Pero si es sólo un crío, dejadle en paz – Lola pone su mano sobre la frente del chico.

Fermín escucha unas voces medio aturdido... alguien le acaricia la frente, sin duda es una mano femenina por su tacto suave. Se siente sin fuerzas para abrir los ojos, el dolor de repente ha vuelto... nota que alguien le registraba la ropa; unas manos le palpan el pecho, los muslos, la entrepierna... Después llegan las preguntas acompañadas de dos de puños. Uno de los hombres sacude la biblia de Fermín y de ella se desprende un papel doblado por la mitad, al leerlo sonríe y se lo guarda en un bolsillo.

- De éste no vamos a sacar nada, está medio muerto. - Los hombres lo cogen por los pies y los brazos.
- ¿Qué vais a hacer con él? Todavía está vivo...
- No podemos perder más tiempo. Todo tuyo Lola.
- Pero yo no...
- Al pie de tu ventana tienes hueco,- sugirió el más alto.

Las dos mujeres permanecen en silencio, cruzando miradas entre ellas y observando los movimientos de los tres hombres que se disponen a dejar la casa. Uno de ellos desanda sus pasos cuando ya ha alcanzado la puerta de salida, regresa a la cocina y entrega a Lola el papel que encontró entre las páginas de la biblia. Ella lo lee y se acerca a Fermín.

- Soy Lola, me han dicho que querías verme... dime soldadito ¿qué puedo hacer por ti? - Le susurra al oído, apretando sus pechos contra el cuerpo del muchacho, que en un último esfuerzo abre los ojos y fija su mirada en la de ella. – Tienes razón vieja, qué mirada tan tierna tiene...

Lucía se despide de él besándole en la frente, y con una caricia le cierra los ojos.

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