jueves, 16 de abril de 2015

El licenciado

Llevo estudiando Derecho diez años, y no veo el final... Como mis padres ya están mayores anteayer les dije que, por fin me había licenciado. Ya no contaban con ello, claro, y les hizo muchísima ilusión. Mientras lo celebrábamos entre abrazos y risas, mi mente bullía, tratando de encontrar un plan para controlar aquella mentira piadosa, pero con los nervios no encontré una solución adecuada para mi nueva situación, sino más inconvenientes incluso, de los que podría tener si seguía siendo un fracasado. Iba a necesitar, por lo menos, dos días con sus respectivas noches, de intensa meditación para que aquello que yo mismo había creado no me destruyera.

Para retrasar por el momento, la pérdida de control sobre mi vida, les convencí para celebrarlo en “petit comité”, y más adelante, cuando tuviera el título enmarcado en mi habitación, ya difundiríamos la noticia al resto de la familia. De cómo íbamos a festejarlo era cosa de mi madre, que para eso es única; nunca tenemos idea de por dónde nos va a salir y siempre nos sorprende.

Ayer por la mañana regresó del mercado muy nerviosa, y tras desaparecer unos minutos en la cocina, hizo valer su apodo de "la sargento", llamándonos a mi padre y a mí con su característica voz de mando…

Cuando vimos el bicho sobre la encimera, tan grande y tan vivo... en fin, nos quedamos los tres perplejos. Si, hasta ella misma se sorprendió, pero pronto despertó de su embeleso y nos puso en funcionamiento. Situó a mi padre a su lado izquierdo y a mí en el derecho, como si fuéramos azafatos de un concurso de televisión. Nosotros nos limitamos a sonreír tímidamente, dispuestos a atender sus órdenes sin réplica; qué otra cosa podíamos hacer.
Había decidido que comeríamos bogavante, porque según ella, “la ocasión bien lo merecía”. Y no un bogavante cualquiera, sino uno del tamaño de un brazo humano. Mi padre y yo no estábamos muy seguros de poder comernos a aquel bicho acorazado, y así se lo hicimos saber, pero ella como siempre, nos infundió confianza. Resulta que lo tenía todo controlado, porque había visto un “reality” de máxima audiencia, donde gente que no tenía ni idea de cocinar, fueron capaces de preparar unos exquisitos bogavantes al horno...

Lo primero que teníamos que hacer era poner agua a hervir, para que cuando alcanzase la temperatura de cien grados centígrados, alguno de los tres sumergiera al animal en la olla, a fin de cocerlo vivo. Mientras el agua llegaba al punto de ebullición, mi cabeza seguía dándole vueltas a mi nueva situación; ahora tendría que hacer como que trabajaba; ya era abogado... “Tendré que ponerme el traje de las bodas, usar las corbatas de mi padre, estrenar el maletín de piel (que Dios sabe dónde estará), y mostrar interés por la prensa económica, entre otras cosas, que a mí siempre me han parecido de lo más insulsas. Además tendré que aparentar no tener tiempo libre y salir de casa todas las mañanas muy estresado, como si me sintiera abrumado por mi trabajo. ¡Qué clase de vida voy a tener…! Pero lo peor de todo me llegará por parte de los míos. Sí, todos mis familiares, incluidos los de tercer y cuarto grado, que son muy dados a cuestionarlo todo … acudirán a mí ante cualquier injusticia que perciban en sus quehaceres cotidianos; si ahora no lo hacen es porque me consideran un inútil, pero una vez licenciado… ¡va a ser terrible!”.

No sé en qué momento ocurrió, pudo ser cuando crucé la mirada con el bogavante y ya no pude apartarla. El pobre animal estaba inmovilizado, unas gomas le sujetaban las pinzas y sólo movía sus antenas, de vez en cuando abría la boca como queriendo decirme algo…
- Ya está hirviendo el agua... ¿Fede? ¡pero bueno! ya está otra vez alelao...
- ¿Qué?
- ¡Venga! hazlo tú, que a tu padre y a mí nos da cosa.
- ¿Eh? yo no... no puedo seguir con esto... es demasiado.
Una hora más tarde, después de mi confesión y su inexplicable silencio, mis padres me comunicaron "su difícil, pero necesaria decisión"... Acordaron bautizar al bicho como "el licenciado" y echarlo al mar.

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