Anoche
me acorde del Sr. Edward, fue viendo uno de esos documentales del National
Geographic que echan de madrugada. Recordé la última vez que lo vi, estaba tumbado
en el asiento trasero del auto del Sr. Adams, también recuerdo lo que lloramos
todos cuando se marchó del barrio.
Llevo
una semana muy mala sin poder dormir… Alice y yo no estamos bien; dice que
ahora que me conoce un poco más, le parezco un tipo raro. Esta mañana para
empatizar con ella le he contado la historia de Edward. Entre bocado y bocado a
la tostada, he ido desvelándole poco a poco ese episodio de mi infancia;
manteniendo el suspense, como a ella le gusta. Casi al final del relato Alice
ha dejado de comer y se le han llenado los ojos de lágrimas. Yo también he
llorado, no sé si por lo mismo, “pobre Sr. Edward”, he dicho entre sollozos, y
entonces ella ha salido de la cocina algo airada. Después sólo he escuchado el
portazo. Juzguen ustedes la historia y, ya me dirán si es para reaccionar así.
Resulta
que en la antigua casa de mis padres había un señor que tenía un cocodrilo, no
uno de esos grandes, sino una cría que se encontró en un vertedero y la adoptó
por compasión y amor hacia los animales. También tenía muchos gatos y algún
perro, pero esos no cuentan porque todos teníamos ese tipo de mascotas y no
suelen hacer gran cosa. El que despertaba la curiosidad de todos los niños era
el Sr. Edward.
Lo recuerdo
con sus andares lentos y prehistóricos que de repente se transformaban en giros
rápidos cuando nos tenía a la vista. Cómo nos gustaba jugar a esquivar sus
mordiscos, todos reíamos divertidos y algo nerviosos también. Su dueño, el Sr.
Adams, era un tipo encantador, de esos de pocas palabras, que no decía nada por
no molestar; él también reía nervioso al vernos jugar.
El
caso es que un día se me ocurrió un juego nuevo; yo siempre he sido muy
creativo. Consistía en acercar la mano a Edward y el ganador sería el que más
se aproximara a él, aguantando por supuesto todo el tiempo que fuera posible
antes de retirarla. Menuda sorpresa nos llevamos, resistió más el que menos
esperábamos. Peter, un niño que nunca nos ganaba en nada, y ese día se
convirtió en el campeón de campeones.
El
Sr. Edward y él salieron en todos los periódicos. Hubo uno en el que publicaron
dibujos que no le hacían justicia a nuestro amigo. Eran horrendos, se le veía
enorme, con cara de bestia y entre los dientes se veía el bracito de Peter… El
pobre Sr. Edward tuvo que marcharse con su dueño a otro país, eso dijeron mis
padres. Se fue un sábado por la mañana, lo recuerdo como si fuera hoy mismo… No
pude despedirme de él como hubiera querido, sólo me permitieron decirle adiós a
través del cristal del coche. Giró su cabeza cuando golpeé la ventanilla y,
puedo asegurar que le vi llorar.
Hola Ana, me encanta tu historia, te felicito...
ResponderEliminarMuchas gracias Mirtya.
EliminarUna historia bien narrada, Ana, y las voces de los personajes bien definidas. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias por pasarte por aquí. Un abrazo
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