lunes, 31 de marzo de 2014

Hormigas ...

Hay quién fantasea con ser gigante,
hombre o mujer de enormes dimensiones
capaz de rasgar el cielo,
cambiar de lugar las nubes
y soplarle al viento.

Tú siempre imaginaste ser hormiga
para poder sentir la tierra,
crecer enraizado a ella.
Buscarle las cosquillas con tus andares
y abrirle túneles infinitos.

Pocas veces te enredó el viento,
a ras del suelo observas el paso de las nubes
mientras anidas en tus valores.
Y vas dejando un pequeño surco...
quizás imperceptible a vista de gigante,
pero siempre constante y palpable
para los que compartimos contigo el hormiguero.

jueves, 27 de marzo de 2014

Este es mi relato para el blog de Adictos de este mes. Cada uno-a teníamos que escribir una escena breve, que posteriormente sería desarrollada por otro miembro. Yo inicio el relato con la aportación de Dragón Rosa. El título del relato es: "Leandra, tu destino"

"Volví a leer el papelito que me trajo hasta aquí; un pequeño y viejo pedazo de pergamino con bordes irregulares. No me imaginé que en medio de esta conglomerada calle de comerciantes, existiera una linda cafetería. Aún no sé qué es lo que me impulsó a seguir las instrucciones de las elegantes letras, pero me llamó mucho la atención la exactitud de la fecha y la hora: calle de las Hilanderas nº 7. 2014, 27 de Marzo, a las doce del mediodía... y ese nombre de mujer que la firma: Leandra, tu destino".

Todavía faltaba media hora para las doce, pero Miguel no podía seguir dando vueltas a la manzana y mucho menos quedarse dentro del coche, esperando impaciente. "Voy a entrar. Tengo tantas ganas de saber quién es..." lleva meses soñando con ella, imaginándola, escuchando su voz entre desvelos, incluso jugando con la posibilidad de haberse enamorado de ella. Desde que compró aquel libro de segunda mano y, encontró el trozo de papel entre sus páginas, no ha podido sacarla de su cabeza. Ya ni recuerda qué hizo con él. "La mesa de las tres moiras" era su título. Dejó de estar interesado en su lectura en el momento que apareció ese trozo de papel.

Antes de empujar la puerta, lee la placa de metal que hay en el lado izquierdo de la fachada, "Fundada en 1920", eso acrecienta su curiosidad, "qué bien, seguro que encuentro objetos y rincones de aquella época". Siente el olor de la madera vieja cuando abre la puerta, y un primer vistazo a la decoración le hace sonreir, pues sus expectativas se han cumplido con creces. Todavía conservan el pavimento hidraúlico, el techo y las columnas de madera,  y una interminable barra de mármol blanco. No hay mucha gente a esa hora, puede elegir un lugar privilegiado para la observación; escoge una mesa que le permite ver a cierta distancia la entrada, y el paso de los viandantes a través de las ventanas. Para rellenar los minutos que restan, sigue haciendo lo mismo que ha hecho durante meses, imaginar a Leandra; ya por última vez, pues queda poco para que pueda conocerla, "vendrá caminando cadenciosamente por la acera soleada, apartando un mechón de pelo de su cara, entrando en la cafetería con paso lento y dubitativo, puede que recriminándose a sí misma el hecho de haber acudido, porque piensa que es remotámente imposible que alguien haya leído la nota, y la esté esperando".

Pasa el tiempo lentamente, recorre la esfera de los relojes a paso lento, mientras él la espera. Por ahora, sólo han entrado hombres, y uno de ellos en un estado de embriaguez que tienta con irse al suelo en cada trago. "Ya casi son las doce, según mi reloj, que ha sido cuidadosamente sincronizado con el de la emisora; esas señales horarias no fallan. Vaya, el camarero me mira de soslayo cada vez que pasa por mi lado, debo parecerle un tipo raro. Claro que, llevo media hora sentado frente a un cortado que sigue intacto, y mis dedos no dejan de tamborilear en la mesa. Quizás algún día vuelva y le cuente nuestra historia. Si, cuando ya estemos juntos Leandra y yo. Así tendrá otra anecdóta más que contar a los clientes: -aquí se conocieron... Él encontró una nota en un libro y acudió a la cita. Amor a primera vista. Leandra estaba en su destino...".

Las que lo miran sin disimulo son el trío de ancianas que tiene a la derecha. Esas mujeres ya estaban ahí sentadas cuando llegó. Empieza a incomodarle su forma de mirar y que sonrían entre ellas, "menudo trío de carcamales, qué les hará tanta gracia". La más anciana pasa entre sus dedos una hebra de lana y las otras la miran espectantes, "¿y ese jueguecito con el hilo? Luego el raro soy yo...¡Entra alguien!".
Es una mujer joven que lleva de su mano a una niña pequeña. Miguel las mira fijamente y se ruboriza aún cuando la mujer le mira sin verle a él, sólo busca un sitio donde sentarse con su hija. La niña le saca la lengua y él aparta la mirada. "Tengo que tranquilizarme para acercarme con acierto hasta ella, no puedo ir así con este tembleque en las manos, pensará que estoy enfermo o loco. Esperaré un rato". Sigue observándola disimuladamente para no incomodarla, aunque para eso ya está el borracho que entró hace unos minutos, y que no para de mirarle el culo. La niña en su inocencia le hace monerías con el peluche, y él le ríe las gracias, pero sin quitarle ojo al trasero de su madre. "Como le diga algo, me levanto y le parto la cara. Bueno, lo que faltaba, le ha quitado el osito a la cría, será desgraciado... Voy a decirle algo ¡vaya! se me ha adelantado el camarero; de todos modos voy".

- Perdone señorita, ¿la está molestando?-. La mujer le ignora, sólo le ha mirado unos segundos. Míguel piensa que debería ser él y no el camarero quien estuviera forcejeando con el borracho. - ¡Deje en paz a la niña! Deme el juguete ahora mismo-. Míguel se envalentona y añade dos brazos más al embrollo que ya se había formado entre el borracho y el camarero.

El hombre que está ebrio intenta zafarse de las manos del camarero y Míguel, que arremeten contra él torpemente, sin atreverse ninguno de los dos a golpearle con contundencia. Al final es Miguel quién rompe la ridiculez de la gresca, lanzando un puñetazo al aire."Cómo me duele la mano... y por qué se ríe a carcajadas el borracho". No entiende muy bien qué es lo que ha pasado hasta que ve al camarero sangrando por la boca. "No podría sentirme más ridículo, pero bueno, por suerte tengo el peluche".

- Tranquila, pequeña. Aquí tienes tu osito... ¡Qué hace este loco!-. El borracho les apunta ahora con una navaja, y amenaza con matar al oso de peluche. - Tranquilícese, guarde eso, vamos hombre. Está asustando a la cría.
- Por favor, no le haga daño, es sólo una niña-. La madre rompe a llorar.

Miguel trata de comprender cómo es posible que hayan llegado hasta esa situación, en la que un loco parece estar dispuesto a clavarle una navaja a un oso de peluche. Para proteger a la niña se pone delante de ella, aunque no cree que el hombre sea capaz de hacer algo así...
"No puedo pensar en otra cosa más que en el dolor que siento; en mi mente tengo la imagen de este loco hincándome la navaja, pero no sé si ha sido sólo una cuchillada o más, porque no puedo moverme". Entre todos los gritos, incluyendo los propios, escucha por primera vez en boca de otra persona, el nombre de mujer que le ha llevado hasta allí: -"¡Lea, Leandra!", ha sido otra mujer quién lo ha gritado. La misma que le zarandea con todas sus fuerzas, causándole un dolor insoportable; dos hombres lo alzan del suelo y vuelven a dejarlo en posición horizontal. "He caído sobre algo, puede que encima de la niña, pobrecita qué asustada estará"
Miguel la ve ahora de pie a su lado; su madre la abraza con fuerza y la niña aprieta la patita del oso que todavía lleva en su mano. Escucha otra vez el nombre de mujer que le trajo a este lugar, ese nombre que se le instaló en el pensamiento hace meses y ahora le perfora el ánimo. "Por primera vez Leandra y yo nos miramos. Los dos lloramos sin decir nada, mientras su madre intenta que aparte la vista de mi y, yo me esfuerzo por ofrecerle la mejor de mis sonrisas".

- Cariño, mírame. Vamos fuera para que el osito no se asuste.
- Pero mami, ese señor... tiene mucha sangre.

Las tres viejas se acercan a curiosear, siguen sonriendo y lo observan tranquilamente, mientras miran de soslayo a la más vieja de ellas, que todavía sostiene entre sus dedos una hebra de hilo grueso. Con gran parsimonia, la anciana saca del bolsillo derecho de su falda unas tijeras diminutas, y antes de cortar el hilo pronuncia unas palabras incomprensibles para Miguel: "ΛΕΑΝΔΡΟΥ, ήταν το πεπρωμένο σου"*.

*Traducción: Leandra era tu destino.