Hacía casi dos milenios que lo
habían crucificado y el padre pensó, que ya había transcurrido tiempo
suficiente para que su hijo hubiera superado aquella mala experiencia.
Como solía hacer en los actos
importantes, le invitó a sentarse a su derecha y poniendo la voz grave proclamó
que en breve su vástago iniciaría la primera reencarnación.
Un nudo en la garganta impidió al
joven manifestar su voluntad. El padre le tomó entre sus brazos y con su
habitual tono de voz, le dijo:
- No te aflijas, hijo mío. Esta vez será distinto..., ahora utilizan otros métodos.
Autora: Ana Pascual.