martes, 9 de octubre de 2018

Migrantes


Comienzan a acumularse en la superficie del planeta como una especie de nuevos continentes, trozos de tierra movedizos que perturban la respiración de los volcanes. Se produce un gran revuelo, cada vez que la tierra resopla y se estremece, preparándose para un parto múltiple de naufragios.
Todavía se desconoce la causa de esos desastres naturales. Solo sabemos que muchos se hunden y, los que se mantienen a flote intentan encontrar, en el intrincado de las costas, un hueco al que ensamblarse. Sucede así, desde hace un tiempo, aparecen pedazos de manto terrestre que durante algunos días flotan a la deriva por mares y océanos.

Autora: Ana Pascual.

jueves, 7 de junio de 2018

Alegaciones


Prefiero las ratas a los insectos pero, tú ya lo sabías, hermano; por eso no sé cómo pudiste… Las ratas no me causan la repugnancia que siento al ver una cucaracha. Sé qué comen, como se reproducen; amamantan a sus crías, no son tan ajenas a nosotros. Pero los insectos… En sus orígenes no son más que larvas pegajosas, que aparecen en cuanto algo empieza a pudrirse. De ahí nacen esos bichos, de lo descompuesto. Por eso quiero que entiendas que, no puedo. Ojalá te hubieras despertado convertido en una rata de setenta kilos. ¡Te juro por Dios, Gregorio, que todo habría sido distinto!.

Autora: Ana Pascual.

martes, 6 de marzo de 2018

Diecisiete pescaditos de oro


Creyeron que la guerra había acabado cuando la casa de los Buendía se llenó de Aurelianos. Entonces supieron que el coronel había propagado la vida a diestro y siniestro, en tiempos de muerte y penurias. Uno a uno fueron llegando, en brazos de sus respectivas madres y la abuela Úrsula, para no perder la cuenta, anotó sus nombres junto a un número ordinal, completando la lista con algún rasgo característico de cada niño; lunares, manchas de nacimiento, color de ojos… y también alguna que otra intuición suya sobre el carácter del niño.

Entre todo aquel alboroto, nadie fue capaz de presagiar que los diecisiete niños quedarían marcados como hijos del coronel y solo por esa marca maldita se les reconocería. Tampoco sospecharon que la guerra no había terminado todavía; se prolongaría unos años más. Una guerra sucia, librada entre las sombras, recelosa y vengativa, que no pararía hasta acabar con el último vástago del coronel Aureliano Buendía.

Autora: Ana Pascual.

sábado, 24 de febrero de 2018

Celebración de la perseverancia


Hacía casi dos milenios que lo habían crucificado y el padre pensó, que ya había transcurrido tiempo suficiente para que su hijo hubiera superado aquella mala experiencia.

Como solía hacer en los actos importantes, le invitó a sentarse a su derecha y poniendo la voz grave proclamó que en breve su vástago iniciaría la primera reencarnación.

Un nudo en la garganta impidió al joven manifestar su voluntad. El padre le tomó entre sus brazos y con su habitual tono de voz, le dijo:
- No te aflijas, hijo mío. Esta vez será distinto..., ahora utilizan otros métodos.

Autora: Ana Pascual.

domingo, 4 de febrero de 2018

Todo listo para envolverle



Los rincones de la casa, ya desmantelada, se habían llenado de figuras geométricas tejidas con finísimos hilos de seda blanca... Se entretuvo unos minutos, intentando imaginar a la diminuta criatura haciendo todo aquello en solitario. Tejiendo día tras día, sin descanso, hasta terminar la red. Después a esperar, balanceándose juguetona en la tela, hasta que alguna presa cayera en su trampa.
Consultó la hora en su reloj; no tardaría en llegar el agente inmobiliario. Lo tenía todo preparado: la escritura, los recibos. También había ventilado la casa y llevaba puesto el vestido de riguroso luto. De la manga izquierda sobresalía una hebra de seda.


Autora: Ana Pascual.


Carlos III, solera reserva.


Llevo tres mudanzas y en cada una de ellas he perdido algo. Objetos que en principio no echo en falta, hasta que la costumbre me lleva a ellos. Esta vez olvidé una botella y no una cualquiera, porque ésta contenía a mi padre.
Cada vez que la abría, viajaba a su lado. El aroma del brandy me llevaba hasta él, en el momento en que  balanceaba la copa en su mano, y un olor a madera y a fruta invadía el salón. Le recordaba preciso sirviendo el licor; me divertía ver cómo tumbaba la copa y dejaba el líquido suspendido en el borde…
Arropado en la calidez de su cuerpo y acariciado por su dulce aliento, me dejaba vencer por el sueño y la ensoñación.


Autora: Ana Pascual Pérez

lunes, 22 de enero de 2018

Tiempos modernos.


Ya recogerían la mesa más tarde, cuando los niños estuvieran durmiendo, porque bastante tenían con poner la lavadora, que les costaba lo suyo... El mayor, en edad rebelde, no quería entrar; claro, él ya no se lo tomaba como un juego.
Pero ahí no acababan... al terminar el programa de lavado rápido tenían que tenderlos sobre las camas, con los uniformes puestos, repeinados y bien estiraditos, evitando que se arrugasen. Al día siguiente, como muchos otros padres, no iban a tener tiempo para planchar a los niños.

Autora: Ana Pascual.

viernes, 19 de enero de 2018

Desencuentro


Conoció a Fernando en el segundo año de carrera; se vieron durante una gincana organizada en el último mes del curso. Lo que ella percibió como una casualidad, en realidad fue un plan premeditado por él. Ya le había echado el ojo, y esperó pacienzudo la ocasión perfecta para coincidir como por azar. Varias veces se dejó caer en la carrera de sacos, para poder cruzar la meta junto a Mayte. Al final lo consiguió, ese día ambos celebraron haber sido los últimos, y rieron mucho sabiéndose más torpes que el resto.

Fue él quien no paró de hablar, tal vez agitado por los nervios del primer encuentro. Para impresionarla le contó que pertenecía al grupo "Emocionarte". Le explicó que todos los domingos hacían una “performance“ en la plaza del barrio viejo.

- Cada uno aporta lo suyo, Vicente suele hacer malabares con el fuego, Carmen es equilibrista, Javi maneja las mazas y la kendama, y yo... bueno, lo mío es algo más sencillo; hago pompas de jabón gigantes – Fernando observó un brillo especial en la mirada de Mayte.– Qué carita me pones... ¿te gustaría unirte? ¿qué sabes hacer? 

Mayte parecía muy contenta por la invitación, sólo había un inconveniente, y es que necesitaba tener alguna habilidad relacionada con el mundo del espectáculo.


- ¿Yo? Bueno, lo mío tampoco es algo extraordinario... ¡globoflexia!- dijo, sin pensar.
- Ah, pues muy bien. A los niños les encantará... - Ella bajó la mirada. - No te preocupes, si son todos muy majos, ya verás.


A partir de ese momento ella empezó a agobiarse y sintió la urgencia de volver a su casa. De regreso pasó por el supermercado chino, compró tres bolsas de globos y un hinchador. Lo primero que hizo cuando llegó a su habitación fue encender el ordenador, y buscar en YouTube un tutorial. Encontró de todo, pero no le servía cualquier cosa, buscaba algo original, nada de flores o espadas. Dos videos llamaron su atención: "cómo hacer un perrito caniche con globos" y "cómo hacer una bruja en escoba simple“; fue la palabra "simple" lo que la embaucó y apostó por el segundo. Ya se imaginaba en el centro de la plaza, haciendo brujas montadas en escobas para todos los niños..., y cómo la miraría Fernando.


El video sólo duraba ocho minutos, sin embargo, ella estuvo hinchando y retorciendo globos frente a la pantalla durante una hora. Al principio, le pareció que el chico del tutorial era agradable, incluso le vio cierto parecido a Fernando. En la segunda media hora, ya se había aprendido el diálogo y lo iba diciendo entre dientes, mientras retorcía los globos con cierto ensañamiento. 

Aun así siguió practicando frente al espejo, sabiendo que para la puesta en escena también debía cuidar su expresión corporal. Cogió el hinchador con delicadeza y lo movió lentamente. Observando su reflejo, consideró el movimiento algo obsceno y probó a hacerlo más rápido... De poco sirvió, lo mejor sería llevar ya los globos hinchados desde casa. Si es que al final se decidía a hacerlo.

Con su mano izquierda delimitaba el largo en el globo y la derecha se encargaba del estrangulamiento de la goma. Miró con desánimo sus movimientos forzados y su permanente expresión de esfuerzo. “Cuatro dedos, doblo; dos burbujas de dos dedos, un giro más; y ahora hacer dos orejas de oso, que no es otra cosa que retorcer aún más lo que ya está a punto de estallar“.


Se animó al ver que había conseguido hacer la cabeza de la bruja, o al menos eso era lo que los niños debían ver en aquel enredo, y se hundió al observar su reflejo. Estaba roja, y sudando.

Le hubiera gustado sonréir al público imaginario, pero no pudo. Supo que todos adivinarían su torpeza, alguien reconocería en sus ademanes una fobia infantil no superada del todo. Los aplausos serían escasos y desacompasados. Nadie, absolutamente nadie, valoraría su esfuerzo.
“La verdad es que Fernando... tampoco me gusta tanto“ pensó, y dejó la cabeza de la bruja en un rincón de su habitación, deseando que no tardara mucho tiempo en perder todo el aire.

viernes, 12 de enero de 2018

¿Dónde está la cara de la luna?

De niña le gustaba observar la luna con los prismáticos de su padre. Con ellos podía identificar perfectamente su rostro, a larga distancia veía dibujados unos ojos, nariz y boca. Como era tan grande la devoción por mirar al astro, en su décimo cumpleaños sus padres le regalaron un telescopio. Por la noche, se acercó con gran expectación al ojo de cristal, y fue terrible lo que vio. Con lágrimas en los ojos, les dijo: “solo se ven agujeros”.

Collage de la artista gráfica Tanja Jeremić


jueves, 11 de enero de 2018

Efecto mariposa

Pestañeó dos veces para decir que si, batiendo el párpado sobre su mejilla, con la misma delicadeza que movió las alas aquella mariposa.
Veinte años antes, en otro lugar, un insecto en apariencia insignificante, revoloteó frente a su rostro formando círculos. Solo fueron unos minutos. Tiempo suficiente para que ella pudiera imaginar como sería su primer beso.


Autora: Ana Pascual Pérez

martes, 9 de enero de 2018

Su primera función


No sabía por qué no podía parar de reír, si ni siquiera entendía lo que decían sus compañeros. Por un momento, recordó la mueca tan grotesca que adoptaba su rostro cuando reía a carcajadas, pero esta vez le dio igual.
- Vamos, tómate una más,- insistía su contramaestre.
- Estoy ya mareado…
- Venga, que lo vamos a pasar muy bien. Verás qué risa.
Y el muchacho animado por su superior, se bebió de un trago otra jarra de cerveza que tuvo que agarrar con las dos manos. Buena parte del líquido se le escapó por las comisuras, empapándole la ropa.
- ¡Chico! No desperdicies así la cerveza.- Le gritó su superior.
- Lo siento, es que no puedo beber tan rápido, jefe.
- Claro, con esa boca de rape que tienes…

Todos se rieron, incluso él mismo. Las risas fueron acompañadas con golpes en las mesas, sonoros eructos, y en su caso, con una extraña sensación como de abandono del propio cuerpo, que de repente sintió muy pesado y torpe.
Cuando despertó no supo dónde estaba, hasta que su mirada se topó con los números fluorescentes del despertador. No pudo recordar mucho, le venía a la cabeza su propia imagen riendo y bebiendo. Recordó estar con gente muy rara, una especie de escenario, y aplausos; nada parecía tener sentido. Se apretó la cabeza con las manos, para tratar de calmar el dolor, y ahuyentar los recuerdos inconexos que aparecían en su memoria como fogonazos. Dudó unos minutos entre volver bajo las mantas y maldecirse o bajar a desayunar. Volvió a mirar el despertador, no le quedaba mucho tiempo.
- Buenos días. Desayuno y me voy, que zarpamos en una hora.
- ¿En qué barco?- Preguntó su padre, sin levantar la mirada de la taza de café.
- Cómo que…, pues en El Tritón.
-Salió ayer a las seis y media de la mañana.
Ninguno de los tres dijo nada más aquel día en que el marinero no subió al barco, eso fue lo peor para él, el silencio y las miradas esquivas de sus padres. Tenía claro que no volvería a fiarse del contramaestre nunca más, salvo cuando le diera órdenes a bordo. Ese hombre no hizo más que confundirle y marearle, tanto o más que el alcohol.
A mediodía se sintió con fuerzas para ir a dar una vuelta, le vendría bien tomar el aire fresco, y encarar el día como mejor podía hacerlo, caminando. Dejándose llevar entre las callejuelas del barrio portuario, reconociendo voces y olores que le eran familiares y cotidianos.
Fue todo el camino mirando al suelo, como solía andar. Alzando la vista lo justo para poder esquivar a los viandantes, pero como siempre no pudo evitar tropezarse con alguno. A la altura de sus ojos vio unos palos, levantó la mirada y se quedó boquiabierto, porque sobre los maderos había un hombre que iba pegando carteles en las fachadas.
- Buen día, muchacho ¿estás bien? Pásate cuando quieras y hablamos. – parecía amable.
- ¿Me conoce?
- Claro que si,- dijo, haciendo una reverencia. – Ayer estuviste genial.- El zancudo siguió su camino calle abajo.
El chico se esforzó por recordar, pero no consiguió poner orden. Se quedó mirando uno de los carteles donde podían verse distintos personajes fotografiados y catalogados según sus habilidades y virtudes innatas. Había un hombre que también tenía la cara deformada, y se hacía llamar “Eliot, el hombre elefante”. Junto a él una chica muy delgada con el cuerpo vuelto del revés y plegada sobre si misma por la cintura. Varios payasos haciendo muecas, un mago con un extraño artilugio, y una señora mofletuda que presumía de tener los pechos más grandes del mundo; en letras doradas se anunciaba el segundo día de función. El muchacho respiró hondo y sonrío…, en su cabeza pudo escuchar los fervientes aplausos del día anterior.


Autora: Ana Pascual Pérez

lunes, 1 de enero de 2018

Primero, segundo... uno detrás de otro.

El primero fue Pablo…, nos contó en el recreo, que había visto a Fernando varias veces, y tenía miedo. No le creímos, claro. Sabíamos de buena tinta, que su primo pequeño estaba muerto. Ninguno del grupo le hizo caso, hasta que yo mismo empecé a ver en el garaje al perro del vecino, el mismo que matamos hace dos meses. Después Sergio dijo, que encontraba a la ninfa de su abuelo revoloteando en el techo de su habitación, y Jorge nos contó que la cobaya de su hermana le esperaba en el ascensor… aunque hubo algunas risas, en el fondo todos estábamos un poco asustados.
Hace unos días que desapareció Pablo, pero ha sido hoy cuando hemos sentido verdadero miedo. La policía ha encontrado a nuestro amigo, y hemos podido leer en el periódico que, junto a su cuerpo había huellas de otro niño más pequeño, y también huellas de animales que todavía no saben a qué especies pertenecen.


Autora: Ana Pascual Pérez

Costumbres de otros mundos

Me di cuenta un martes, que no había regresado a mi casa; todavía no entiendo como pude errar en las coordenadas. Llevaba allí desde el domingo, llamando "pamá" y "mapá" a dos seres que se hicieron pasar por mis padres. Todo estaba muy cambiado, pero era normal, siempre noto rarezas cuando estoy fuera tanto tiempo. Ellos se esforzaron mucho por aparentar normalidad, sobre todo con los disfraces, y me trataron con cariño en todo momento... hasta el martes. Ese día, en mi casa, la de verdad, siempre comemos perro.


Autora: Ana Pascual Pérez

Qué fea es la culpa


Para salir más guapas, las gemelas decidieron que era imprescindible, que no apareciese en la foto la hermana pequeña, a la que la herencia genética había privado de sus dulces rasgos. Después, les falto valor para mirar a la cámara y, sonreír.

Autora: Ana Pascual Pérez