viernes, 5 de abril de 2019

El hombre elefante


Fue en los ensayos, incluso antes de subirse a la cuerda que habían tensado entre los postes más alejados de la carpa. El jefe de pista lo vio pasar y fue certero, como un lanzador de cuchillos. Siempre hubo polémicas con el resto de compañeros, pero en el caso de Yurik Ivanov, bastó con echarle un vistazo a su anatomía para darle un nombre artístico.

Fotografía de Evgeny Mokhorev.


Autora: Ana Pascual.

Por qué los perros no pueden comer dulce.


El día que desaparecimos, la tía Adela cumplía 98 años. Pese a su delicada salud, sopló con fuerza las dos velas que representaban su aniversario. Animada por nuestros padres, respiró hondo y creemos que pensó con vehemencia el que pudo ser uno de sus últimos deseos.
Nunca llevó bien nuestros juegos en la hora de la siesta, tampoco daba abrazos y besos, como suelen hacer otras personas ancianas. Todos sentíamos que los niños no eran bien recibidos en su casa, donde reinaba el orden entre diminutas figuras de porcelana. Por eso, cuando la tía Adela nos miró fijamente, al tiempo que apagaba las velas, me temí lo peor.
Mis primos y yo salimos del comedor con un plato repleto de tarta de crema tostada y como en años anteriores nos apresuramos a vaciarlos en el cuenco donde comía su perro. Al que si abrazaba y besaba en el morro. Después nos sentimos ligeros, felices, con una sensación nueva, como de estar en otra dimensión.
Escuchamos nuestros nombres varias veces. Supongo que nos buscarían por todas las habitaciones, mirando debajo de las camas, dentro de los armarios… Fue ella quien nos encontró. Estábamos dentro de su baúl, donde guardaba sus secretos y la piel de zorro que tanto miedo nos daba. Lo abrió y nos miró. Ahí estábamos los cinco, desintegrados. Pululando nerviosos, deseando mostrar a nuestros padres que la tía Adela nos había convertido en polvo de hadas, pero ella sonrío y cerró la tapa.


Fotografía de Sofía 




Autora: Ana Pascual.

martes, 26 de febrero de 2019

Querido diario

Ilustración de Camille Witt.

Mamá se desmonta por las noches, como algunos muñecos. Se lo conté a la abuela, pensando que no me iba a creer y, me dijo que eso era por la depresión. A primera hora de la mañana, mi hermano y yo la encontramos todavía medio descompuesta sobre la cama, entonces le acariciamos la frente y el pelo; le pedimos que se levante. Poco a poco, conseguimos que sus piernas se unan al tronco, los brazos en los hombros; es fácil encajarle los pies en los tobillos… la cabeza es lo que más nos cuesta, hay días que tenemos que dejarla sobre la cama, con los ojos fijos en el techo. Imagino que se queda ahí, esperando... El resto de su cuerpo nos acompaña al colegio.

Autora: Ana Pascual.
 

domingo, 20 de enero de 2019

Visto desde fuera...


Encendí las velas como me pediste, para que desde el camino, a través de la ventana, pudieras verlas. Lo sé porque salí a comprobarlo, entonces, al asegurarme que regresarías, ya no pude entrar.

Autora: Ana Pascual.

Vistas despejadas.


Me dijo que desde su casa podría contemplar toda la ciudad, yo le advertí de mis vértigos, mi acrofobia… Me miró de tal forma que no dudé en pulsar el botón 15 del ascensor.


Autora: Ana Pascual.

¿Quién ha estado en España?


Antes de que el jefe de planta dejara de hablar y pusiera el montón de papeles sobre su mesa, ya se había arrepentido de haber levantado la mano. Le dijo que él no dominaba el castellano. Le advirtió de manera explícita de su incompetencia y desconocimiento en la lengua hispana. También utilizó el lenguaje corporal, poniendo cara de no saber, al tiempo que negaba con la cabeza y elevaba sus hombros… De nada sirvió.
Una vez vencido el miedo al fracaso, Bishvajit trajo a su memoria el verano que pasó en Barcelona en 1992 y, tradujo los textos de las etiquetas de los sillones de masaje.


Autora: Ana Pascual.

Colonizadores natos.


Hay que fijarse muy bien. Están en la fila de arbustos que bordea el parking del edificio más alto. Justo ahí, fíjese bien, porque a simple vista parece un hilo negro, pero no, es una fila doble de hormigas. Unas van y otras vuelven, perfectamente coordinadas e inofensivas, en apariencia.
Si como me dijo, lo que usted pretende es descubrir el lugar que ocupamos los seres humanos dentro del orden natural, mire hacia ese punto en concreto y observe con atención, hasta que consiga ver a las hormigas. Imagínelas bajo tierra, haciendo acopio de víveres, construyendo túneles, colándose por cualquier rendija para formar otras filas dobles, triples. Cavando nuevas galerías, invadiendo el espacio de otros animales. Entrando en su cocina para vaciar poco a poco todo su paquete de azúcar, que acabará siendo negro. Igual que el hilo que a simple vista parecía inofensivo.

Autora: Ana Pascual.

martes, 1 de enero de 2019

Vencidos


En su origen, Iván y Pedro comenzaron siendo uno, compartiendo óvulo y espermatozoide. El tiempo que estuvieron en el vientre materno permanecieron ensamblados, colocados como un par de zapatos en su caja, sin apenas espacio para moverse. Sus movimientos e incluso sus latidos estaban perfectamente sincronizados, todo estaba en orden, en perfecto equilibrio, hasta que vieron la luz y respiraron la primera bocanada de aire.
A partir de ese momento, estos seres idénticos lucharon contra natura por ser diferentes el uno del otro. A los cuatro años, Iván aprendió a leer. Pedro a los cinco, cuando consiguió desarrollar la habilidad de hacerlo al revés. Daba gusto escuchar la lectura de Iván, mientras que oír al otro ponía los pelos de punta a cualquiera y a más de uno le hacía santiguarse. Por supuesto nunca consintieron que los vistieran iguales. Cuando Pedro se inició en la catequesis, Iván manifestó su rechazo a cualquier religión. Él creía en los extraterrestres, su hermano, no.
Las conversaciones entre ambos eran alegatos de sus dispares razonamientos, nunca llegaban a un punto en común, se repelían como imanes de polos idénticos. Pedro siempre miraba a su izquierda e Iván a la derecha, así pasaron mucho tiempo, hasta que dejaron de verse. Tanto tiempo llevaban los dos mirando para el lado opuesto, que no se reconocieron el último lunes del año 2018, cuando coincidieron en la línea 11. Iban sentados uno junto al otro, imbuidos en un juego que sin saberlo, compartían. Se trataba de buscar similitudes entre las personas que observaban y enumerarlas mentalmente; “dos mujeres con abrigos rojos”, “tres chicas con diadema”, “dos tipos que mascan chicle”… “el hombre que está sentado a mi lado mueve los pies igual que yo”, “el hombre que está a mi lado mueve los pies igual que yo”.
Ahí estaban, Iván y Pedro, compartiendo línea de autobús y juego, uno junto al otro, como un par de zapatos en su caja. Sincronizados en un movimiento de pies inconsciente… de vuelta al útero materno.

Autora: Ana Pascual.