lunes, 20 de abril de 2015

Instinto

La intención de seguir siendo sólo amigos, se esfumó cuando regresamos del habitual paseo por el parque. Me extrañó mucho que empujara a cabezazos la puerta de casa, y que nada más verlo, se abalanzara sobre él, con un ímpetu hasta entonces desconocido. Siempre había iniciado un juego de lo más jovial e inocente – apenas unos mordisquillos y algún que otro lametón - . Pero, en aquella ocasión lo sujetó fuerte con sus patas delanteras, y empezó a mover la pelvis a un ritmo frenético… El perrito de mirada inexpresiva y pelaje azul cobalto, aceptó sin rechistar la nueva relación.

Inercia

A cada vuelta del tambor de la lavadora, adivino lo siguiente que va a suceder… Tu camiseta roja caerá sobre mi falda morada, que se enredará aún más con mis medias. En los siguientes giros, la sábana de rayas engullirá toda tu ropa y la mía. Ocupará todo el espacio de este ojo de buey tan especial, donde veo cómo nuestras vestimentas hacen el amor al ritmo de acompasados giros y alegres remolinos de agua espumosa… Me gusta mirar por esta ventana, porque paradójicamente, lo que observo, rompe con nuestra monotonía.

jueves, 16 de abril de 2015

"Ego me absolvo"

Todas las noches hablaba con él; primero enumeraba cada una de las bondades que, aunque nunca llegaba a hacer, se le habían ido ocurriendo durante el transcurso del día. Y ahora, cuando la noche ponía fin, el hecho de recordarlas le hacía sentirse mejor persona. Pensar que podría haber sido un tipo honesto, afable o generoso, le procuraba un reposo balsámico.
Después de demostrarle cuán benévolo hubiera podido ser, le pedía lo mismo de siempre, y el Altísimo le correspondía con una reiterada promesa que no provenía de las alturas, sino de su propia voz interior…
Entonces se dejaba consolar por la dulce llegada del sueño; escuchando lejana su voz, que en boca del Todopoderoso imaginaba más grave y profunda. No hubo ni una noche que no cerrara los ojos complacido, pues confiaba en la idea de que Dios no promete en vano; siendo por tanto imposible que faltara a su palabra. Sin embargo, al despuntar el sol, su voluntad amanecía debilitada, y la promesa se desvanecía como el recuerdo de un sueño que se evapora en la memoria.

Sólo recordaba muy vívida la sensación de alivio, que le había proporcionado la charla de la noche anterior. Gracias a eso conseguía levantar la persiana; obviando que obtenía el indulto a fuerza de prolongar su artificio.

El licenciado

Llevo estudiando Derecho diez años, y no veo el final... Como mis padres ya están mayores anteayer les dije que, por fin me había licenciado. Ya no contaban con ello, claro, y les hizo muchísima ilusión. Mientras lo celebrábamos entre abrazos y risas, mi mente bullía, tratando de encontrar un plan para controlar aquella mentira piadosa, pero con los nervios no encontré una solución adecuada para mi nueva situación, sino más inconvenientes incluso, de los que podría tener si seguía siendo un fracasado. Iba a necesitar, por lo menos, dos días con sus respectivas noches, de intensa meditación para que aquello que yo mismo había creado no me destruyera.

Para retrasar por el momento, la pérdida de control sobre mi vida, les convencí para celebrarlo en “petit comité”, y más adelante, cuando tuviera el título enmarcado en mi habitación, ya difundiríamos la noticia al resto de la familia. De cómo íbamos a festejarlo era cosa de mi madre, que para eso es única; nunca tenemos idea de por dónde nos va a salir y siempre nos sorprende.

Ayer por la mañana regresó del mercado muy nerviosa, y tras desaparecer unos minutos en la cocina, hizo valer su apodo de "la sargento", llamándonos a mi padre y a mí con su característica voz de mando…

Cuando vimos el bicho sobre la encimera, tan grande y tan vivo... en fin, nos quedamos los tres perplejos. Si, hasta ella misma se sorprendió, pero pronto despertó de su embeleso y nos puso en funcionamiento. Situó a mi padre a su lado izquierdo y a mí en el derecho, como si fuéramos azafatos de un concurso de televisión. Nosotros nos limitamos a sonreír tímidamente, dispuestos a atender sus órdenes sin réplica; qué otra cosa podíamos hacer.
Había decidido que comeríamos bogavante, porque según ella, “la ocasión bien lo merecía”. Y no un bogavante cualquiera, sino uno del tamaño de un brazo humano. Mi padre y yo no estábamos muy seguros de poder comernos a aquel bicho acorazado, y así se lo hicimos saber, pero ella como siempre, nos infundió confianza. Resulta que lo tenía todo controlado, porque había visto un “reality” de máxima audiencia, donde gente que no tenía ni idea de cocinar, fueron capaces de preparar unos exquisitos bogavantes al horno...

Lo primero que teníamos que hacer era poner agua a hervir, para que cuando alcanzase la temperatura de cien grados centígrados, alguno de los tres sumergiera al animal en la olla, a fin de cocerlo vivo. Mientras el agua llegaba al punto de ebullición, mi cabeza seguía dándole vueltas a mi nueva situación; ahora tendría que hacer como que trabajaba; ya era abogado... “Tendré que ponerme el traje de las bodas, usar las corbatas de mi padre, estrenar el maletín de piel (que Dios sabe dónde estará), y mostrar interés por la prensa económica, entre otras cosas, que a mí siempre me han parecido de lo más insulsas. Además tendré que aparentar no tener tiempo libre y salir de casa todas las mañanas muy estresado, como si me sintiera abrumado por mi trabajo. ¡Qué clase de vida voy a tener…! Pero lo peor de todo me llegará por parte de los míos. Sí, todos mis familiares, incluidos los de tercer y cuarto grado, que son muy dados a cuestionarlo todo … acudirán a mí ante cualquier injusticia que perciban en sus quehaceres cotidianos; si ahora no lo hacen es porque me consideran un inútil, pero una vez licenciado… ¡va a ser terrible!”.

No sé en qué momento ocurrió, pudo ser cuando crucé la mirada con el bogavante y ya no pude apartarla. El pobre animal estaba inmovilizado, unas gomas le sujetaban las pinzas y sólo movía sus antenas, de vez en cuando abría la boca como queriendo decirme algo…
- Ya está hirviendo el agua... ¿Fede? ¡pero bueno! ya está otra vez alelao...
- ¿Qué?
- ¡Venga! hazlo tú, que a tu padre y a mí nos da cosa.
- ¿Eh? yo no... no puedo seguir con esto... es demasiado.
Una hora más tarde, después de mi confesión y su inexplicable silencio, mis padres me comunicaron "su difícil, pero necesaria decisión"... Acordaron bautizar al bicho como "el licenciado" y echarlo al mar.