Creyeron
que la guerra había acabado cuando la casa de los Buendía se llenó de
Aurelianos. Entonces supieron que el coronel había propagado la vida a diestro
y siniestro, en tiempos de muerte y penurias. Uno a uno fueron llegando, en
brazos de sus respectivas madres y la abuela Úrsula, para no perder la cuenta,
anotó sus nombres junto a un número ordinal, completando la lista con algún
rasgo característico de cada niño; lunares, manchas de nacimiento, color de
ojos… y también alguna que otra intuición suya sobre el carácter del niño.
Entre
todo aquel alboroto, nadie fue capaz de presagiar que los diecisiete niños
quedarían marcados como hijos del coronel y solo por esa marca maldita se les
reconocería. Tampoco sospecharon que la guerra no había terminado todavía; se
prolongaría unos años más. Una guerra sucia, librada entre las sombras,
recelosa y vengativa, que no pararía hasta acabar con el último vástago del
coronel Aureliano Buendía.
Autora: Ana Pascual.