martes, 1 de octubre de 2013

"Alzar el vuelo"

En mi biografía se lee que escuchaba a Chopin cuando sólo contaba con meses de vida; empecé los estudios de solfeo con cuatro años; a los doce di mi primer concierto... Un prodigio, un virtuoso del piano, pero... no cuenta cómo aquel niño primoroso se convirtió en un perfecto desgraciado.

No tuve una infancia alegre, ni una adolescencia dicharachera. Compartía mis horas con las notas que mi padre me hacía repetir hasta la saciedad; siempre anclado al piano.... A los veintitantos decidí liberarme de su opresiva presencia. Y no fue fácil, pues lo sentía como parte de mi, pero haciendo acopio de fuerza y demencia... los lancé por la ventana del salón. Desde ese día nuestra casa enmudeció.

Termina así mi breve biografía: "...1986 un suceso violento le apartó definitivamente de la música". No es así, porque yo sigo escuchando sus notas. Componen para mi una melodía grave y pesada que cargo sobre los hombros.
A menudo me asomo a la ventana de mi habitación para cerciorarme de que el piano sigue ahí, prendido entre las ramas de los pinos centenarios y, siempre me pregunto... si él pudo volar, por qué yo no he sido capaz de alzar el vuelo.

"Burlando a la parca"

Sentada en el patio, con las labores de costura entre las manos, la mujer más vieja del mundo cuenta a sus vecinas que, ha burlado a la muerte otra vez. Van siete y, en el pueblo ya la comparan con el gato del párroco, al que los críos lanzaron desde el campanario los ocho últimos Corpus Christi. Aún así el animalito, persistente en sus creencias, sigue visitando la casa del señor todos los domingos.
La anciana cuenta con un hilillo de voz que, la parca adopta la apariencia de su difunto marido y la visita de vez en cuando. Apoyado en el quicio de la puerta de su habitación, declama versos amatorios, silba bellas melodías... Todo con el fin de llevársela, pero ella se resiste.

- Suele llegar al amanecer; escucho el arrastre de su cuerpo por el pasillo. Entonces me asomo y le veo venir gateando hacia mi cuarto, como un caracol. Lentito, lentito, de puro cansancio.
- ¿No siente miedo?
- ¡Ay hija! pena es lo que siento, porque el pobre regresa de vacío a no sé dónde, por el mismo camino y, con lágrimas en los ojos me dice: “Ay, viejita... qué trabajo me estás dando”.