jueves, 29 de agosto de 2013

Lunas

Nació una noche de luna negra, su abuela materna buscó al astro asomada a la ventana del dormitorio para pedirle un buen alumbramiento, pero no la encontró,... esa noche la luna nueva no se dejó ver. Una sensación de desasosiego invadió a la anciana que, temió por la vida de su hija y por la de su futuro nieto o nieta, pues era bien sabido que un nacimiento en noche de novilunio no era un buen presagio.
Los quejidos de su hija la sobresaltaron y abandonó la ventana rápidamente. Encontró a Eva en cuclillas, agarrada al borde de la cama, quien con los dientes apretados acertó a decirle: -”mamá, creo que ya viene”. Juana la ayudó a sostenerse y, con alentadoras palabras la condujo hasta el final, momento en el que un llanto fuerte y agudo rompió el silencio de la noche. El clamor del recién nacido hizo llorar y reír a las dos mujeres. - “Es una niña”- le dijo su madre, poniéndosela en sus brazos. Eva la olió, la besó y miró detenidamente, esperando encontrar en aquella carita amoratada, sus propios ojos, la nariz de Miguel, o su boca...
- ¿Cómo le vais a llamar?, - preguntó Amelia.
- No sé, vamos a esperar, a ver cuál le puede ir bien... Además Miguel regresa de Gran Sol en dos semanas, seguro que él traerá un nombre apropiado...

Miguel estaba asomado a la popa del barco, mirando al cielo, girando su cabeza hacia ambos lados...
- No la busques chaval que, es hoy cuando la luna se oscurece, - le dijo Ramón. - Con la luna nueva hay marea viva, verás cómo llenamos la bodega y pronto podremos volver a casa. Tendremos que soltar las redes del palangre en breve.., ¡vamos!, ayúdame a encarnar el cebo. - Ramón aleccionaba a su cuñado Miguel, apenas un crío de unos diecisiete años que había decidido hacerse a la mar para poder ayudar en su casa. 
- Coges la sardina así, ¿ves? cerca de la cabeza y le clavas el anzuelo en el ojo...
- Pero..., ¿cuántos anzuelos hay? - preguntó Miguel algo asustado.
- Mejor no lo quieras saber. Cuando antes empieces, antes acabarás, ¡venga dale!. - Ramón empezó a encanar el cebo con soltura y a una velocidad que a Miguel le pareció imposible alcanzar. Y así fue, porque más de un anzuelo lo clavó en sus dedos, pero no emitió ni una queja. Sin levantar la vista de la caja de los ramales siguió clavando las sardinas, una a una hasta que quedó vacía la caja, y después... otra más, y otra.

Eva pasó la noche en un duermevela, entre dar el pecho a la pequeña y despertarse sobresaltada por si la aplastaba, apenas descansó esa primera noche... Se levantó de la cama para mirar por la ventana, siempre lo hacía cuando pensaba en Miguel. De frente se encontró con el mar, entrando en calma por el puerto hacía el pueblo; y en el cielo... no vio al astro que le conectaba con él. Recordó las palabras que le dijo Miguel cuando partió: -”Por las noches, cuando pienses en mi, busca a la luna. Yo la estaré mirando, y así me sentirás más cerca”. - Odio estas noches sin luna... ¿dónde estás...?

Miguel apilaba las cajas con los cabos ya encarnados en la popa, cuando terminó se quedó mirando al cielo, pensando en Eva que, esa noche no iba a encontrar luna en la que apoyarse para sentirse menos sola... Ramón se le acercó y rompió el silencio.
- ¿Cómo lo llevas?
- Bien, ahora ¿qué tenemos que hacer?.
Su cuñado le miró las manos ensangrentadas y le dijo: - tú ya no vas a poder hacer mucho más. Anda a lavarte las heridas y que te las venden un poco. ¿A dónde vas?, - le preguntó extrañado, al ver que el chico se dirigía hacia los camarotes.
- A lavarme las manos, como me has dicho... 
- ¡Con agua del mar!,- le respondió riendo. - Te escocerá, pero las cura. - Sumergió en el mar un cubo amarrado a un cabo y lo alzó rápidamente, dejándolo frente al chico. - Vamos, mete ahí las manos un rato.

Volvió a la cama, junto a su bebé, que seguía con los ojos cerrados y sin moverse apenas, pero ya había perdido el color amoratado y Eva empezó a imaginar en aquel rostro blanco y redondo a la luna.
- Ea, ea, ea, mi nena buena, carita de luna llena... Ya tengo un nombre para ti, corazón, - le dijo susurrándole. Y con esta cantinela se quedó dormida. En sueños creyó estar junto a Miguel..., notó el roce de su barba en la mejilla, el tacto frío de su nariz descendiéndole por el cuello y sus cálidos labios acariciándole los pechos...

En el barco el patrón dio la orden para que soltaran los cebos del palangre, estaba siendo una noche muy tranquila, pese a las corrientes y el oleaje, y había que aprovechar la ausencia de ferocidad en la mar del Norte. Ramón dio instrucciones a su cuñado.
- Cuando yo te diga las sueltas poco a poco... ¡ahora!, sujeta ese cabo, eso es, muy bien chico.
Todos los cebos iban cayendo al mar, Miguel veía como se sumergían las ristras de sardinas y desaparecían en la negrura del océano.
Antes de que volviese a preguntarle, Ramón le dijo: - ahora dejamos ahí los cebos y en unas horas tendremos que volver y recoger los ramales para ver si han picado las merluzas.

La despertó el llanto de su bebé que volvía a demandar pecho, Eva se asustó, pero en seguida se tranquilizó cogiendo a su hija. Volvió a la ventana, con su bebé en brazos...y de nuevo observó el cielo ciego desprovisto de luz y el mar mudo en calma; algunas luces empezaban a moverse en el puerto, y en las casas iban apareciendo tímidas luces titilantes en las ventanas de las cocinas; en unas horas amanecería.

La mar comenzó a agitarse con el cambio del viento y los tripulantes del barco se afanaron en recoger las redes, cortar los anzuelos de las piezas y guardarlas en cajas. Cada uno sabía lo que tenía que hacer, todos actuaban de forma coordinada, menos Miguel que apoyó su espalda contra la cabina de mando y hasta encogió los pies para no molestar en el ir y venir de sus compañeros que, prácticamente volaban por la cubierta.
- ¡Oye tú! ¿sabes contar?, - era la voz del patrón que, asomó la cabeza por el ventanuco de la cabina.
- Si señor, y... escribir también.
- Pues toma, baja a la bodega y anota aquí las cajas de merluza que van entrando y lo que pesa cada una...

Fueron 70 cajas, de unos 25 kilos cada una; la respiración entrecortada, los brazos casi dormidos por el esfuerzo y las vendas de las manos ensangrentadas... Una palmada en la espalda y, un apretón en los hombros le hizo sentirse mucho mejor; pero no quiso mirar a su cuñado, porque unas lágrimas le asomaban en los ojos y eso le hubiese hecho parecer más niño.
- Volvemos a casa, chaval. Anda, acuéstate un poco. Lo has hecho muy bien.

El viaje llegaba a su fin; tras seis meses en la mar Miguel regresaría a tierra. Blanca ya contaba con sus dos semanas de vida; agitaba en el aire sus diminutos bracitos y abría la boca buscando a su madre. Cada vez que oía su voz se movía en la cuna y, emitía un llanto lastimero para llamar la atención de su progenitora.
- Eres una glotona, como tu padre, - le decía Eva, sonriendo. Verás cuando te vea, qué sorpresa y qué alegría le vas a dar. Ven conmigo a mirar la luna. - la llevó en brazos hasta la ventana, desde donde ya podía verse en cuarto creciente, acompañando sus últimas noches de soledad, pues Miguel no tardaría más de un par de días en volver a tierra.

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