Sentada en el patio, con las labores de costura entre las manos, la mujer más vieja del mundo cuenta a sus vecinas que, ha burlado a la muerte otra vez. Van siete y, en el pueblo ya la comparan con el gato del párroco, al que los críos lanzaron desde el campanario los ocho últimos Corpus Christi. Aún así el animalito, persistente en sus creencias, sigue visitando la casa del señor todos los domingos.
La anciana cuenta con un hilillo de voz que, la parca adopta la apariencia de su difunto marido y la visita de vez en cuando. Apoyado en el quicio de la puerta de su habitación, declama versos amatorios, silba bellas melodías... Todo con el fin de llevársela, pero ella se resiste.
- Suele llegar al amanecer; escucho el arrastre de su cuerpo por el pasillo. Entonces me asomo y le veo venir gateando hacia mi cuarto, como un caracol. Lentito, lentito, de puro cansancio.
- ¿No siente miedo?
- ¡Ay hija! pena es lo que siento, porque el pobre regresa de vacío a no sé dónde, por el mismo camino y, con lágrimas en los ojos me dice: “Ay, viejita... qué trabajo me estás dando”.
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