Hoy he vuelto a encontrarme contigo, estabas en el hilo de una conversación ajena. En las sílabas serpenteantes que pronunciaba una mujer que no se parecía a ti. Sin embargo, te he reconocido cuando las "ces" se han trasnformado en "eses", deslizándose sinuosas entre sus incisivos y la lengua. Me pasa con frecuencia, que suelo encontrarte entre desconocidas. Hoy he recordado tu seseo, y aquella forma de caminar, que recuperaba de mi vocabulario la palabra bamboleo. Siempre me gustó verte navegar por las aceras... De vuelta a casa paseo por donde tú caminabas a diario, y observo los árboles que tanto admirabas. Me recreo en sus formas, tratando de averiguar qué era lo que te hacía mirarlos de aquella manera. Por más que me esfuerzo, solamente veo árboles, nada más.
Cuando esto ocurre, que te encuentro camuflada entre gente extraña, me siento menos solo que otros días. Lo malo es que aviva mi deseo, y al llegar a casa vuelvo a observar las habitaciones con detenimiento, buscando pequeños detalles que haya podido pasar por alto en los últimos meses; objetos inertes que me conduzcan hacia ti. Restos de nuestras conversaciones que hayan podido quedarse adheridas a las paredes, escondidas en las esquinas. Por eso grito tu nombre contra ellas, esperando que el eco me devuelva tu voz, pero sólo escucho una voz ahogada, en la que no quiero reconocerme.
Y de vuelta a lo mismo, a eso que hago periódicamente. Abro armarios y cajones, en busca de tu tacto, tu olor y tu risa, pero sólo encuentro ropa desordenada y vacía que todavía conserva tus modos al desnudarte, y ese gusto tuyo por el negro. En esto me entretengo y, sin darme cuenta las horas traen de vuelta la noche. Con la llegada del invierno la luz decide marcharse a media tarde... las sombras hacen palpables los recuerdos, y con ellos el paso del tiempo. Me doy de bruces contra el cuando abro el segundo cajón de la cómoda. El tiempo hiberna ahí, aletargado entre fotografías de dos personas que han dejado de ser nosotros; los dos sonríen entre mis manos.
Sé que esta madrugada permaneceré despierto, volveré a esperarte aguzando el oído, atento a los sonidos de la ciudad trasnochadora, aún sabiendo que tú no llegarás con ellos. Porque no serán tus pasos apresurados los que escuche aproximándose al portal; el ascensor pasará de largo; nadie abrirá la puerta. No serán tus zapatos de tacón los que repiqueteen en el techo, y no serás tú la que pulse interruptores y abra los grifos. Tampoco a quien imagine caminando descalza y de puntillas... Pero, no te preocupes, por suerte la nostalgia suele darse por vencida antes del amanecer.
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