Su punto fuerte nunca fue la
obediencia, sino algo mucho mejor, que en los primeros años de vida nos costó ver. Pero con el paso del tiempo, supimos valorar su nobleza y olvidar todos
los destrozos materiales que había hecho.
Era bueno y divertido a más no
poder; fue el eterno cachorro que siempre estaba dispuesto a iniciar
el juego. Siempre saludaba poniéndose a dos patas y fundiéndose en un cariñoso
abrazo. No necesitaba una caricia para
mover alegre su cola, le bastaba un cruce de miradas. Era paciente con los
niños, y los buscaba porque en ellos encontraba a los perfectos compañeros de
juego.
Pocas veces pudimos pasear con él
sin llevarlo atado con correa, únicamente en campo abierto, donde no hubiera
nadie a quién saludar. Siempre iba dos metros por delante de nosotros, o sea,
a todo lo que daba de sí la correa extensible, y tirando con la misma fuerza
que una pareja de bueyes. Sólo anduvo
pegado a mí cuando estaba embarazada, ¡y menos mal!. Tampoco era muy valiente…
le daba miedo el sonido de las pedorretas.
Todavía recordamos entre risas
cuando le escuchamos decir perfectamente la palabra “euro” mientras bostezaba,
eso fue antes de la crisis… no volvió a decir nada más. Siempre se hizo un lío con las cortinas, al
tratar de apartarlas cuando le apetecía mirar por la ventana. Por este motivo
Aitana le puso el apellido de “Cortina”.
Le hablaba a diario, sin
importarme que no alcanzara a comprender todo lo que le decía. Casi siempre
fueron frases cortas, pero otras, verdaderas parrafadas que le hacían ladear la
cabeza y mirarme muy atento. Habrá quien piense que es una locura hablarle a un
perro. Pudiera ser…, nunca me lo cuestioné, porque la plática me resultaba tan
agradable, que hubiera sido una insensatez dejar de hacerlo.
La última vez que hablé con él
fue para disculparme por no haber estado a veces a la altura, y para agradecerle
todo lo que me había dado. Por última vez, me senté en el suelo a su lado y dejé
que mis manos se perdieran entre su pelaje. Mientras reía y lloraba a la vez, fui
recordando todas sus genialidades y rarezas; vivencias que para mí son adorables.
Nunca tuvo un mal día, ni un mal
gesto. Ha sido compañero, una caja de sorpresas, tremenda suerte…, y sin duda,
un gran fabricante de sonrisas y afecto.
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