En mi biografía se lee que escuchaba a Chopin cuando sólo contaba con meses de vida; empecé los estudios de solfeo con cuatro años; a los doce di mi primer concierto... Un prodigio, un virtuoso del piano, pero... no cuenta cómo aquel niño primoroso se convirtió en un perfecto desgraciado.
No tuve una infancia alegre, ni una adolescencia dicharachera. Compartía mis horas con las notas que mi padre me hacía repetir hasta la saciedad; siempre anclado al piano.... A los veintitantos decidí liberarme de su opresiva presencia. Y no fue fácil, pues lo sentía como parte de mi, pero haciendo acopio de fuerza y demencia... los lancé por la ventana del salón. Desde ese día nuestra casa enmudeció.
Termina así mi breve biografía: "...1986 un suceso violento le apartó definitivamente de la música". No es así, porque yo sigo escuchando sus notas. Componen para mi una melodía grave y pesada que cargo sobre los hombros.
A menudo me asomo a la ventana de mi habitación para cerciorarme de que el piano sigue ahí, prendido entre las ramas de los pinos centenarios y, siempre me pregunto... si él pudo volar, por qué yo no he sido capaz de alzar el vuelo.
Este me ha encantado!!!
ResponderEliminarGracias :). Este es uno de los microrrelatos que envié a concurso. Es lo que se me ocurrió al ver la fotografía de un piano colgando de un árbol.
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