A cada vuelta del tambor de la
lavadora, adivino lo siguiente que va a suceder… Tu camiseta roja caerá sobre
mi falda morada, que se enredará aún más con mis medias. En los siguientes giros,
la sábana de rayas engullirá toda tu ropa y la mía. Ocupará todo el espacio de
este ojo de buey tan especial, donde veo cómo nuestras vestimentas hacen el
amor al ritmo de acompasados giros y alegres remolinos de agua espumosa… Me
gusta mirar por esta ventana, porque paradójicamente, lo que observo, rompe con
nuestra monotonía.
Aprendió a nadar en una cubeta; recién nacida su abuela materna la echó al agua y ella, tan chiquita como era, se deshizo del abrazo líquido y consiguió flotar. Su madre siempre recordaría que, cuando la sacó del agua tenía el aspecto de un gatito mojado. Amelia se sobresaltó cuando escuchó el berrido de su marido que, ajeno al alumbramiento escuchó desde el patio lo que él interpretó, como el maullido de un gato recién parido. Ofelia lloraba; aprendía a respirar.
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