Estando a horcajadas sobre el macho, cogió la fusta y le atizó tímidamente... El tercer azote ya lo dio como si fuera experta en el arreo de animales; sin ensañamiento, pero con decisión. Entonces, el hinchado cuerpo que tenía entre sus piernas empezó a moverse y, cabalgó al trote, a galope...
Todo iba bien, incluso mejor de lo que había imaginado. Hasta que él, sospechando la rebelión, frenó en seco al escucharla gritar briosa una popular consigna... Le ordenó desmontar “ipso facto”, pero la insubordinada, desbocada entre risas, aún le atizó más fuerte.
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