Para salir más guapas,
las gemelas decidieron que era imprescindible, que no apareciese en la foto la
hermana pequeña, a la que la herencia genética había privado de sus dulces
rasgos. Después, les falto valor para mirar a la cámara y, sonreír.
Aprendió a nadar en una cubeta; recién nacida su abuela materna la echó al agua y ella, tan chiquita como era, se deshizo del abrazo líquido y consiguió flotar. Su madre siempre recordaría que, cuando la sacó del agua tenía el aspecto de un gatito mojado. Amelia se sobresaltó cuando escuchó el berrido de su marido que, ajeno al alumbramiento escuchó desde el patio lo que él interpretó, como el maullido de un gato recién parido. Ofelia lloraba; aprendía a respirar.
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