Ya
recogerían la mesa más tarde, cuando los niños estuvieran durmiendo, porque bastante tenían con poner la lavadora, que
les costaba lo suyo... El mayor, en edad rebelde, no quería entrar;
claro, él ya no se lo tomaba como un juego.
Pero ahí no acababan... al terminar el programa de lavado rápido tenían que tenderlos
sobre las camas, con los uniformes puestos, repeinados y bien estiraditos, evitando que se arrugasen. Al día siguiente, como muchos otros padres,
no iban a tener tiempo para planchar a los niños.
Autora: Ana Pascual.
Un relato extraordinariamente original, con una gran dosis de humor surrealista. De todos modos, la idea no es mala; ante todo hay que ser práctico en esta visa, jajaja
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias Josep.
Eliminar