Tardaría
dos años en sentir que, era posible encontrar un gran tesoro, en la
menudencia de unas conchas vacías. También descubriría que, tras
cavar muy hondo en la arena, siempre encontraría un charquito de
mar, manando tímido en ella.
En
su adolescencia, el mar prestó la orilla a sus caricias pueriles e
inseguras y, así pudo gozar del sabor salado en los besos, y
deleitarse con el suave roce de la arena en la piel desnuda… Fue
entonces cuando escribió las primeras palabras dedicadas al mar, tal
vez por gratitud, o quizás... por la necesidad de expresar cómo
sentía.
Ahora,
siendo adulto, lo sueña y, al despertar... camina en su búsqueda.
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