Adela hila su mirada a la forma en que él unta la mantequilla; cómo gira la cucharilla dentro de la taza... y sonríe cuando ve que al beber se le empañan las gafas. En ese momento están tan cerca... pero ninguno de los dos atisba a la compañía que tiene enfrente; a la persona con la que compartieron no hace mucho la dulzura del azúcar, el amargor del café solo; la alegría contenida en el zumo de frutas y la quemazón del pan tostado... Toda una vida servida en el desayuno, que ahora nunca terminan.
Sus
ojos trazan trayectorias divergentes, apuntando hacia la lejanía.
Perdiéndose en el espacio- tiempo hasta topar con algún recuerdo,
que les hace regresar hacia el interior de cada uno de ellos.
Son
distancias difíciles de acortar, cuando lo que ha mermado es la
complicidad y el afecto. En apariencia cortas, albergan soledades
kilométricas, espaciadas por un acompasado tic tac que rellena los
minutos silentes de miradas perdidas.
Finalmente,
las hebras invisibles que les unían caen al suelo y se arremolinan
junto al polvo. Mientras Luis recoge las sobras del desayuno, Adela
barre la cocina.
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